miércoles, 4 de enero de 2017

Esto No Es Vida

Mi nombre es Mikel Iturribide Gaztelogueta. De Bilbao de toda la vida. Nieto de balleneros e hijo de astilleros.
Nacido en el año 1901. A los 50 años me descubrieron una enfermedad venérea incurable fruto de mis periplos
por tierras caribeñas comandando un navío mercante que, sin ánimo de lucro, comerciaba intercambiando un
polvo amarillo y brillante de poco valor que poseían los locales a cambio de maravillas modernas de gran utilidad
que llevábamos desde nuestras cristianas tierras (espejos bellamente enmarcados, cuencos de noble metal con
útiles asideros, instrumentos de salvación eterna en forma de crucifijos y estampitas de diferentes vírgenes…
Me puse en contacto con un amigo que poseía una pescadería y decidimos que lo mejor sería congelarme entre los
bacalaos y los besugos y despertarme cuando la ciencia hubiera encontrado una cura para mi enfermedad. Así que
a comienzos de este año 2016 fui despertado de mi letargo y, tras ser inyectado con penicilina, decidí disfrutar de
mi nueva vida en este nuevo siglo que, sin duda, me depararía miles de agradables sorpresas. Lo primero que hice
fue agradecer a la enfermera que estaba a mi cargo por el trato que me brindó: le regalé unas flores y le di una
nalgadita al tiempo que le decía “gracias chata” y le pedía fuego para un cigarrito que me quería echar. No
solamente no me dió fuego sino que me dijo que allá no se podía fumar y que si le volvía a tocar el culo o decirle
“chata” me iba a demandar… “qué te pasa que tienes tan mala uva?” le espeté “tienes la regla o es que te falta un
macho que te cubra? Porque aquí estoy yo que puedo darte un par de meneos aquí mismo, GUAPA….”. No entraré
en detalles pero en poco tiempo estaba fuera de la clínica montado en un taxi mientras una jauría de mujeres de
pelo corto en la cabeza y pelo largo en los sobacos corrían tras el taxi con pancartas y gritos de “nosotras parimos
nosotras decidimos”. En fin, que decidí irme a San Mamés a ver jugar al Athletic y fumarme un puro y tomarme
una botellita de vino e insultar un poco al árbitro para quitarme la tensión que me había generado la situación de
la clínica. “Disculpe señor, pero no se puede fumar en el estadio.” Me dijo un jovencito con uniforme de seguridad
y acento sudamericano. “Y tampoco fumar.” Cómo? Que en un estadio de futbol ya no se puede fumar ni beber?
Pero qué es esto? Nos hemos vuelto locos? Y además, que hace este niñato sudaca hablándome de tú a tú? “anda,
puto niño, vete a tomar por culo y déjame ver el partido antes que te dé dos yoyas”. Y justo en ese momento rugió
la multitud y salieron los jugadores al campo. Ahhh, qué momento…. El himno, los colores, los gritos de la
multitud, el olor a bocadillo de mis compañeros en el estadio… y los orgullos jugadores con sus camisetas rojas y
blancas sobre sus hercúleos cuerpos…. Alto… alto…. Un momento….. Pero si son todos medio maricones…. Todos
tatuados y flacos y con los pelos cortados como mariconas…. Espera…. Espera…. Que es eso? Un negro? Hay un
negro en el campo???? Y es del Athletic? Lleva la camiseta roja y blanca…. La va a manchar…. Pero qué es esto?
Evidentemente me puse a protestar y a insultar al árbitro por permitir algo as… para no alargar mucho la historia
diré que de nuevo me vi de patitas en la calle fuera del estadio tras ser fotografiado y mi foto archivada para que
no me dejaran entrar nunca más a un estadio de futbol por “xenófobo” o una cosa así.
Perplejo con la situación existente en mi ciudad decidí emigrar a Madrid unos días a ver si el generalísimo había
conseguido mantener intactas las tradiciones españolas frente a esta locura sinsentido en que parecía haberse
convertido el mundo. Según llegué a la Gran Vía me encontré una multitud exultante de personajes de todas las
calañas subidos a carrozas de disparatados colores y ataviados con toda suerte de disfraces destacando, entre
todos ellos, mujeres de masculinas facciones alzadas sobre colosales plataformas de color platino, hombres de
pelo en pecho y barbudos rostros ataviados con chalecos de cuero y collares de perros y grotescos individuos del
sexo masculino con pedazos de metal en sus pezones, ombligos y fosas nasales coqueteando y mostrando sus
lenguas a un exaltado público. No pude dejar de pensar en las novelas de conquistas bélicas que leía durante mis
largas travesías donde se detallaban a las huestes de Gengis Kan o a las tribus bárbaras del norte de Europa.
Pero ante mi estupor y asombro me percaté que las fuerzas del orden lejos de reprimir este dantesco espectáculo
parecían disfrutar de él e, incluso, par de uniformados agentes se agarraban de las manos y se lanzaban cómplices
miradas de aprobación. En fin, que hoy día 31 de Diciembre he decido que no estoy preparado para vivir en esta
época y voy a volver a criogenizarme y que me despierten dentro de, por lo menos, 100 años más.