Querido Santa,
Este año sí ha pasado rápido!!! Parece que fue ayer cuando
lo estrenábamos y mira ya donde estamos: a menos de 2 meses para que se acabe.
Un año más de experiencia que echarnos a los hombros o un año menos que nos
queda en este paraíso-infierno en que
nos ha tocado vivir?
Y otro año que pasa dejándonos muescas en el alma y en la
piel. Injustamente los cuerpos envejecen más rápidamente que el corazón y el ánimo.
Y, curiosamente, con más fuerza nos aferramos a la vida cuanto menos tiempo de
esta nos resta por penar.
Cuando adolescente recuerdo haber flirteado con la muerte y
mi destino en varias ocasiones retando a mi ángel de la guardia a estar alerta
constantemente: saltos imposibles con la
bicicleta, locas piruetas con el patinete, carreras extremas en motocicletas de
dudosa estabilidad, peleas en discotecas,
riesgosos descensos de balcones
de la casa de la joven novia a la llegada de sus padres o para salir a las
fiestas del pueblo cuando en casa estábamos castigados, borracheras mortales de
fin de semana, asaltos nocturnos a “chiringuitos” de playa, intentos de surfear
olas enormes, desafíos a la autoridad policial, conducciones temerarias y prácticas
de deportes de contacto formaban parte de la cotidianidad. Y nunca, en ningún
momento, recuerdo haber medido las posibles consecuencias de estos actos. Y si,
de casualidad, algún amigo “friky” ponía en duda la sensatez de estos
comportamientos simplemente se le echaba del grupo. No eran tiempos para
maricas.
En cambio ahora, querido Santa, comienzo a sentir los
efectos de la “madurez”. Dicen que más vale tarde que nunca. Más, y sin
embargo, en este caso preferiría nunca que tarde. Y es que no he recibido con
especial agrado este don de la vida llamado madurez. Porqué ya no puedo hacer
lo que me da la gana y cuando me da la gana sin sentir ningún tipo de
remordimiento? Porqué ahora cualquier exceso o comportamiento extravagante
tiene que venir acompañado por una incómoda sensación de que no estoy haciendo
lo correcto? Porqué ahora le pongo precio a mis errores y sopeso las
consecuencias de todos mis actos? Porqué ahora me cuesta tanto tomar
decisiones, comenzar proyectos nuevos o soñar despierto?
En fin, Santa, que este ano como regalo de Navidad voy a
pedirte que me devuelvas mi inmadurez, mi impulsividad y mi comportamiento
irreflexivo. Y como, además, me he portado muy bien este ano y he trabajado
mucho para mantener a mi familia y ser un miembro honorable de la comunidad y
un buen empleado te voy a pedir, también, me quites unos cuantos añitos de
encima para, de esta manera, mi aspecto físico este más acorde a la inmadurez,
impulsividad y falta de reflexión que te he solicitado.