viernes, 2 de diciembre de 2016

Reflejo condicional

Para aquellos menos instruidos, o que no acudieron a las clases de filosofía de mi generación, os comento que hace
un tiempo un tal Pavlov se dedicó a experimentar durante un tiempo con perros para llegar a la impagable
conclusión de que los perros salivaban ante la presencia de comida y un campanazo. Y al de un tiempo solo con el
campanazo también salivaban como si, realmente, hubiera comida para ellos. “Reflejo Condicional” lo llamaron los
estudiosos de la época.
Ha resultado que, con el paso del tiempo, he podido contrastar sobradamente la realidad del “Reflejo Condicional” en
mi propia persona y con algunas actividades de mi vida. En concreto con el proceso de masturbación también
conocido como paja, cascársela, sacudírsela, pelársela, machacársela, darle a la zambomba, cinco contra el calvo,
darle al manubrio, sacar lustre al sable y otras expresiones para definir el mismo proceso. En concreto recuerdo par
de situaciones que hubieran dejado en ridículo los experimentos de Pavlov y su esclavizado can.
Como la mayoría de los chicos de mi barrio, en mi casa compartíamos un único baño para varios hermanos. Y dado
que los dos mayores fuimos atacados por la efervescencia hormonal por la misma época el resultado no podía ser
otro: mi madre acabó por quitar el cerrojo del baño para evitar que nos quedáramos a vivir en él. Así que tuve que
aprender a sacar el máximo provecho al tiempo que podía disponer de este bien escaso y aprendí a acortar el
tiempo habitual dedicado a la defecación para que me quedara tiempo para la otra tarea. Y así, y durante todo el
tiempo que duró mi carrera universitaria, compaginé defecación y masturbación en perfecta armonía al tiempo que
entrené mi oído para discernir pasos y sonidos de manera que antes que alguien se acercara al baño me diera
tiempo a esconder la fotos de rubias pechugonas debajo de las alfombrillas del baño y gritar “OCUPADO/” a quien
intentara abrir la puerta del baño al tiempo que dejaba caer la camisa sobre el alzado mástil para disimular la
vergonzosa realidad.
El resultado, como sin duda ya habrán acertado a discernir los más avispados de mis lectores, fué un claro ejemplo
de “Reflejo Condicional”: anos después de abandonar esta costumbre e irme a vivir a mi propio apartamento aun
sufría repentinas y sorpresivas erecciones cada vez que me sentaba en una taza de váter. Tardé años en superar
este curioso efecto pero, por fin, ya soy un hombre liberado en este sentido.
La segunda ocasión que tuve de experimentar este Reflejo Condicional fue ya en mi vida adulta. Por mi trabajo me
he visto forzado a pasar largas temporadas fuera de mi casa alojándome en hoteles y trabajando bajo presión desde
bien temprano hasta la noche. He sido afortunado, eso sí, porque siempre he pasado las noches en hoteles
cómodos, con aire acondicionado y las típicas amenidades que ponen en este tipo de establecimientos. Entre ellos
destaca una cremita hidratante para el cuerpo que suelen dejar entre el bote de champú y el de gel de baño. Como
desconozco la descripción real de este elemento pero, por casualidades laborales, era amigo de la persona que la
compraba siempre nombre a este producto como “La crema del Sr. X”.
Pues bien, muchas noches llegaba tan agotado a mi cama que ni el sueño me entraba. Sin embargo, sabedor de lo
necesario de un buen descanso para poder rendir en condiciones al día siguiente, decidí optar por el viejo truco de la
pajilla antes de dormir para caer exhausto en los brazos de Morfeo. Sin embargo, en ocasiones, era tan fuerte el
cansancio que no lograba las condiciones óptimas para el proceso y opté por ayudarme de “La crema del Sr, X” con
resultados inmejorables. Tanto así que la crema del Sr. X acabó por convertirse en compañera inseparable en estos
largos periodos alejado de mi casa. El resultado, de nuevo, hubiese dejado en evidencia los estudios de Pavlov:
cada vez que veía la crema o, incluso, escuchaba el nombre del Sr. X sufría una inepesparada erección. Tanto así
fue el efecto del Reflejo Condicional. Tarde años en superar esta adicción y durante mucho tiempo no lograba
mantener una conversación con el Sr. X sin que mi mente volara/. Algo muy incómodo, os lo puedo asegurar.
Recientemente decidí probarme a mí mismo que había sido capaz de superar ambos complejos y decidí enfrentarme
a todos mis miedos y complejos a la vez: decidí encerrarme en el baño con la crema del Sr. X y ver si era capaz de
vencer la tentación. Tal y como sospechaba la debilidad se apodero de mí y eché mano de la crema del Sr. X solo
para descubrir, desesperado, que el bote estaba vacío. Así que opté por buscar entre el resto de botellas propias de
un baño y encontré un bote de aceite de coco que me pareció perfecto para la ocasión. Un rato después salí del
baño silbando y disimulando como si nada hubiera pasado. En ese momento mi mujer entró al baño a hacer sus
necesidades y cuando salió me dijo “oye, qué buenas son las pastillas esas que me recetó el nutricionista para
adelgazar. Veo los efectos de una vez. He ido a hacer pipi y he visto grasa en el agua del váter. Parece que estas
pastillas expulsan toda la grasa del cuerpo. Lo curioso es el extraño olor a coco que hay/.”

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