lunes, 10 de noviembre de 2014

Angustia

Tengo tres días que no vivo. La angustia me estrangula, me  asfixia y, por momentos, pareciera que me impidiera respirar. Mi mundo esta descontrolado y padezco de angustia, histeria, agobio, paranoia, tics nerviosos y claustrofobia. Y no es para menos: tengo tres días con el móvil estropeado.
 
Quién puede sobrevivir a tamaña desgracia? Ni cagar tranquilo puedo, acostumbrado como estaba, a usarlo de compañía tanto para jugar al Brick Breaker, responder correos o leer el periódico on line mientras realizaba mis más naturales necesidades. En este sentido, he tenido que regresar a la obsoleta, y muy poco discreta, practica de ir al baño acompañado de una revista. En concreto, y a falta de otra cosa, me he leído los tres últimos ejemplares del Bávaro Magazine que le he tomado prestados a la secretaria camino a mi destino. Gracias a lo cual, debo reconocer, conozco la vida e intimidades del hotelero del mes de la zona (le regalaran una licuadora también?), el cheff de moda (apuesto que cierra el restaurante en tres meses como todos), los 17 nuevos hoteles que han abierto en el área en la última semana y el ultimo coronel de Politour que ha llegado al distrito.
Para superar esta crisis de identidad decidí retomar mi relación con el psicólogo (abandonada recientemente tras superar mi adicción a las donas). Pero cómo hacerlo si el numero está en la agenda del móvil? Igual que el número de todos mis amigos, mi hijo, mi mujer y resto de gente con la que me comunicaba a diario.   Ahora me paso el día mirando al hueco vacío de mi pantalón (donde iba el móvil, el otro lo relleno con algodón) buscando algún destello de luz roja que me indique que mi mundo ha recuperado su normalidad y tengo mensajes de texto, de whats app o email esperando ansiosos porque yo, su dueño, los lea. Ah! solo de recordar esos plácidos momentos de intimidad entre mis mensajes y yo mientras el mundo giraba a mi alrededor me ponen la piel de gallina.
Ahora me tengo que pasar las reuniones de trabajo atento a lo que hablan. Ahora tengo que prestar atención a la insípida conversación de mis compañeros de mesa y de café. Ahora no tengo excusa para levantarme de la mesa en las comidas dominicales con la familia de mi mujer porque “me llaman del trabajo”. Cuando voy conduciendo sufro grave peligro de accidentarme porque continuamente desvío la mirada donde antes reposaba plácidamente mi dañado, y ausente, amigo y confidente. Y me preocupo por él: cómo estará? cómo le tratarán en hospital de los móviles? quien lo estará manipulando? lograrán desentrañar los secretos personales que tan celosamente oculto en él...? En fin, que vivir así no es vivir.  Me han propuesto (gente sin corazón, sin duda) que lo abandone y lo sustituya por uno más moderno. Quien podría hacer algo así? Acaso alguien abandonaría sus calzoncillos de la suerte solo porque estén un poco viejos y con alguna manchita que no acaba de salir? Dejarías de lado tu jarra de cerveza por una pequeña muesca en el cristal? te desharías de tu osito de peluche solo porque le falte un ojo y un trozo de oreja? Cambiarías a tu mujer por una más joven, tierna y fogosa solo porque ella se ha puesto gorda, se le ha agriado el carácter y no la soporta ni la madre que la parió? Sin duda no. Pues con el móvil ocurre lo mismo. 

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