Ya no llevan parche en el ojo ni pata de palo y han evolucionado de conversar con el loro del hombro a hacerlo a través del WhatsApp con el SmartPhone que llevan en sus bolsillos. Ya no conviven en sucios y mohosos camarotes de sus desvencijados barcos sino en cómodas habitaciones o apartamentos en campos de golf o suites de hotel. La bandera negra con la calavera y el tatuaje que les identificaba han sido sustituidos por el logo de la empresa para la que laboran y una firma con su nombre y cargo en el Outlook. Pero, por lo demás, pocas cosas han cambiado entre los eternos y románticos piratas del siglo XVI y los actuales piratas de origen europeo que deambulan por el Caribe desde hace dos décadas o más. Estos modernos a la vez que decrépitos piratas, antaño jóvenes y vigorosos, llegaron a esta isla con boleto de solo ida y dejando atrás una tierra a la que juraron no volver (de hecho alguno si volvía lo encerraban o, peor aún, lo obligaban a casarse) han ido decayendo con el imparable paso del tiempo mientras sus ojos han visto, con comprensible tristeza, como el paraíso al que llegaron ha sido de nuevo, y como ya ocurrió 500 anos atrás, prostituido con la llegada de extranjeros ávidos de riquezas y triunfos laborales con los cuales poco o nada tienen en común. Sin embargo, y a pesar de los excesos cometidos y el tic‐tac del reloj biológico, estos personajes son ajenos al envejecimiento y siguen viendo reflejada en el espejo su varonil y gallarda imagen. Es más, a su natural gallardía se suma la experiencia y la sabiduría que solo el paso de los anos provee. Han tenido, eso sí, que depurar sus estrategias. Se han visto obligados a jubilar las motos de cross con las que conquistaban a jóvenes indígenas y sustituirlas por vehículos de alta gama y bajo consumo (hasta en esto han cambiado los tiempos), apuntarse a modernos gimnasios y contratar instructores para mantener sus estilizadas figuras, hacerse alguna operación de hernia discal o de próstata y tintar sus plateados cabellos. Ya no les basta con invitar a las inocentes victimas a cenar camarones y algún vino barato en tabernas locales tipo Capitán Cook sino que es necesario sacarles Visa y llevarlas de viaje en modernos aviones a conocer la cuna de la civilización europea. Se acabó regalar gafas de sol, relojes y bolsos de imitación: ahora todo tiene que ser original. Y se acabó ser el amante secreto de la fogosa e insatisfecha mujer casada para pasar a ser en el que mantiene y, a veces, el cornudo. Sin embargo, han aprendido a vivir bajo su nuevo rol con envidiable dignidad. Es digno de admiración verles levantarse a cámara lenta, y con evidentes signos de dolor que tratan de disimular con una forzada sonrisa, de su escritorio para saludar a la joven secretaria que entró a entregar un paquete. Es envidiable su valentía y elevada auto‐estima al invitar a salir a mujeres a las que doblan, y en ocasiones triplican, en edad. Aprovechan su vasta experiencia para entablar una interesante conversación que, infaliblemente, encandila a la inocente presa y opaca a los mezquinos competidores. Están dispuestos a desperdiciar horas de sueño (un descanso que, cada vez más, resulta imprescindible para estos leones envejecidos), a invertir considerables cantidades de dinero en cenas y regalos, a arriesgarse a una nueva intervención quirúrgica bailando en la pista de la disco e, incluso, a sufrir disfunción eréctil en el futuro fruto del abuso de viagra y “la pela”. Y todo esto a cambio de qué? Pues a cambio de seguir disfrutando del Caribe que encontraron20 años atrás, a cambio de volver sentirse jóvenes, a cambio de no tener que invertir en psiquiatras ni en terapias de superación de la andropausia. A cambio, en fin, de seguir siendo los Pirata que siempre fueron y mantener viva una estirpe que tiende a desaparecer al igual que los grandes dinosaurios lo hicieron.
lunes, 10 de noviembre de 2014
PIRATAS DEL CARIBE
Ya no llevan parche en el ojo ni pata de palo y han evolucionado de conversar con el loro del hombro a hacerlo a través del WhatsApp con el SmartPhone que llevan en sus bolsillos. Ya no conviven en sucios y mohosos camarotes de sus desvencijados barcos sino en cómodas habitaciones o apartamentos en campos de golf o suites de hotel. La bandera negra con la calavera y el tatuaje que les identificaba han sido sustituidos por el logo de la empresa para la que laboran y una firma con su nombre y cargo en el Outlook. Pero, por lo demás, pocas cosas han cambiado entre los eternos y románticos piratas del siglo XVI y los actuales piratas de origen europeo que deambulan por el Caribe desde hace dos décadas o más. Estos modernos a la vez que decrépitos piratas, antaño jóvenes y vigorosos, llegaron a esta isla con boleto de solo ida y dejando atrás una tierra a la que juraron no volver (de hecho alguno si volvía lo encerraban o, peor aún, lo obligaban a casarse) han ido decayendo con el imparable paso del tiempo mientras sus ojos han visto, con comprensible tristeza, como el paraíso al que llegaron ha sido de nuevo, y como ya ocurrió 500 anos atrás, prostituido con la llegada de extranjeros ávidos de riquezas y triunfos laborales con los cuales poco o nada tienen en común. Sin embargo, y a pesar de los excesos cometidos y el tic‐tac del reloj biológico, estos personajes son ajenos al envejecimiento y siguen viendo reflejada en el espejo su varonil y gallarda imagen. Es más, a su natural gallardía se suma la experiencia y la sabiduría que solo el paso de los anos provee. Han tenido, eso sí, que depurar sus estrategias. Se han visto obligados a jubilar las motos de cross con las que conquistaban a jóvenes indígenas y sustituirlas por vehículos de alta gama y bajo consumo (hasta en esto han cambiado los tiempos), apuntarse a modernos gimnasios y contratar instructores para mantener sus estilizadas figuras, hacerse alguna operación de hernia discal o de próstata y tintar sus plateados cabellos. Ya no les basta con invitar a las inocentes victimas a cenar camarones y algún vino barato en tabernas locales tipo Capitán Cook sino que es necesario sacarles Visa y llevarlas de viaje en modernos aviones a conocer la cuna de la civilización europea. Se acabó regalar gafas de sol, relojes y bolsos de imitación: ahora todo tiene que ser original. Y se acabó ser el amante secreto de la fogosa e insatisfecha mujer casada para pasar a ser en el que mantiene y, a veces, el cornudo. Sin embargo, han aprendido a vivir bajo su nuevo rol con envidiable dignidad. Es digno de admiración verles levantarse a cámara lenta, y con evidentes signos de dolor que tratan de disimular con una forzada sonrisa, de su escritorio para saludar a la joven secretaria que entró a entregar un paquete. Es envidiable su valentía y elevada auto‐estima al invitar a salir a mujeres a las que doblan, y en ocasiones triplican, en edad. Aprovechan su vasta experiencia para entablar una interesante conversación que, infaliblemente, encandila a la inocente presa y opaca a los mezquinos competidores. Están dispuestos a desperdiciar horas de sueño (un descanso que, cada vez más, resulta imprescindible para estos leones envejecidos), a invertir considerables cantidades de dinero en cenas y regalos, a arriesgarse a una nueva intervención quirúrgica bailando en la pista de la disco e, incluso, a sufrir disfunción eréctil en el futuro fruto del abuso de viagra y “la pela”. Y todo esto a cambio de qué? Pues a cambio de seguir disfrutando del Caribe que encontraron20 años atrás, a cambio de volver sentirse jóvenes, a cambio de no tener que invertir en psiquiatras ni en terapias de superación de la andropausia. A cambio, en fin, de seguir siendo los Pirata que siempre fueron y mantener viva una estirpe que tiende a desaparecer al igual que los grandes dinosaurios lo hicieron.
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