lunes, 10 de noviembre de 2014

Final Feliz



Puedo visualizar la expresión picaresca en el rostro de los más calenturientos y depravadillos de mis lectores tras leer el título de este ensayo. Les imagino diciéndose a sí mismos "Si, Yeah, por fin va a hablar de los masajes con mamada incluida." Pues no, enfermos, no versaré sobre ese interesante tema sino que lo haré sobre los finales felices de los cuentos de hadas. Y es que, cuánto daño han hecho estos cuentos con sus virginales princesas y sus apuestos, educados y ricos príncipes!!!!
Todo es felicidad en estas historias con las que nos educan desde pequeños. Ella es bella,  joven, cariñosa, educada, paciente y siempre va impecable y huele bien. Él es galante, comprensivo, tierno y viste siempre a la moda. Con su pelo lacio y su arrogante porte es la imagen de la virilidad sobre su brioso corcel.
OK, hasta aquí es creíble ya que cuando una chica está enamorada es así como visualiza a su juvenil amor sentado en el interior del coche de cuarta mano en que anda. Todos hemos vivido esto y, sin duda, lo añoramos.
El problema comienza justo cuando el cuento acaba con la famosa expresión "y fueron felices y comieron perdices" porque ahí es donde comienza la triste realidad que no nos cuentan en los cuentos. Y es que esa felicidad dura, a lo sumo, 5 años, hasta que la cotidianidad acaba con todo.   Proyectando el cuento de hadas a la realidad, podríamos augurar que el encantador y metrosexual príncipe descubre su verdadera  naturaleza sodomita y decide explorar nuevas formas y posiciones de amar y ser amado. Lógicamente la insatisfecha, y ya no tan virginal ni dulce princesa, decide hacer lo propio con el jefe de la guardia imperial que, casualmente, es senegalés y la tiene como el mástil de la mayor de las carabelas de Colón.
Lamentablemente ya es tarde para separarse porque la pareja concibió un hijo y separarse supondría un trauma para este, un escándalo para la familia y un desastre para el patrimonio familiar. Sin embargo, la situación solo puede empeorar cuando las madres de ambos cónyuges, y acostumbradas a intervenir y organizar la vida de todo el que tienen cerca (de origen gallego una y vasca la otra), deciden interferir asesorando a sus hijos y empeorando, aún más, la convivencia familiar.
Si a esto le agregamos un nuevo impuesto patrimonial sobre sus castillos y palacios que obliga a los príncipes a acudir a casposos programas de televisión para hablar de sus intimidades por cuatro duros, ya tenemos la cruda realidad y de aquél lejano "fueron felices y comieron perdices" pasamos al "y se separaron porque no se aguantaron".
Ahora ella es feliz con su senegalés que le da alguna que otra paliza pero ella lo entiende porque "son culturas diferentes y es una forma de demostrarme que me ama".Y él es feliz tras casarse con un diseñador de moda con cierto pasado de pederastia que no ha sido aclarado del todo.
Y este seria, penitentes lectores, el auténtico final que la moral de la época no permitió escribir a los hermanos Grimm y otros autores de cuentos infantiles

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